No se si estabais al tanto, pero hace unas semanas biólogos alemanes del Instituto Alfred Wenger realizaron un experimento en el Atlántico sur destinado a luchar contra el calentamiento global. Y la cosa salió mal. El experimento consistía en arrojar hierro al océano para estimular el crecimiento de las algas, ya que estas plantas necesitan este elemento, relativamente escaso en los océanos, para realizar la fotosíntesis, proceso mediante el cual convierten la luz solar en energía.
La idea era que de este modo estimularían su crecimiento, absorberían más CO2 (el más famoso y común de los gases invernadero) y luego caerían al fondo del lecho oceánico retirando de la circulación indefinidamente una porción de ese gas.
En el pasado, ya se habían realizado una docena de esta clase de experimentos de “fertilización por hierro” con resultados contradictorios. Precisamente por eso algunos expertos ya habían alertado de que esta clase de procesos podrían provocar consecuencias inesperadas tales como reacciones impredecibles en el ecosistema. Y eso fue precisamente lo que pasó, tal y como acaban de explicar esta semana los responsables del experimento, cuya escala por cierto fue relativamente grande (vertieron 10 toneladas de sulfato ferroso en el mar) .
Mientras trabajaban a bordo del buque oceanográfico alemán Polarstern, los científicos indo-alemanes fueron mezclando el sulfato ferroso con agua de mar y luego bombearon la mezcla de vuelta al océano frente a la costa atlántica de Argentina.
Tal y como esperaban, el experimento provocó un boom enorme de algas devoradoras de CO2. Pero las que crecieron fueron las algas equivocadas. El forecimiento se dio en especímenes de haptofitas, y no en las mayores y deseadas algas diatomeas. Las haptofitas son una pequeña variedad de alga común solo en aguas costeras, y son el alimento favorito de unos pequeños crustáceos (similares a los camarones) llamadoscopépodos (en la foto).
Estos crustáceos devoraron las algas en cuanto surgió el boom, por lo que el arma potencial contra el calentamiento global desapareció en un visto y no visto, algo que por supuesto, no era lo que los científicos esperaban.
¿Pero el resultado fue bueno o malo? Pues resulta que los sabios no se ponen de acuerdo en esto. Algunos lo ven como el ejemplo claro de la impredicibilidad con la que la madre Tierra nos obsequia cada vez que nos metemos a redentores, mientras que algunos científicos simplemente se quedan con el hecho positivo (el hierro provocó el deseado crecimiento de las algas) aunque lamentan que la cercanía a la costa arruinara sus planes, al irrumpir el alga equivocada.
Al final, mientras prosigue la discusión, los únicos que han salido ganando son los grandes cetáceos de la zona, que devoran copépodos por toneladas. ¡No hay mal que por bien no venga!
