Existe la creencia que a mayor nivel de coeficiente
intelectual “I.Q. Promedio” y mejor nivel educativo, mejores ofertas laborales,
mejores ingresos y – aún cuando parezca ilusorio – mayor esperanza de vida.
Pero, no creas todo lo que piensas, la correlación
entre éxito y nivel de I.Q. funciona hasta cierto punto. Una vez que se ha
alcanzado un I.Q. de 120, tener mayor I.Q., no necesariamente se traduce en
mayor éxito en la vida.
Resulta que hay cuatro tipos de conclusiones: a)
gente que por su nivel general de habilidades no puede atender la escuela (un
I.Q. aproximado de 50); b) un nivel donde uno puede o no puede tener éxito en
la primaria (un I.Q. aproximado a 75); c) un nivel donde uno puede o no ser
exitoso en la preparatoria (un I.Q. aproximado a 105); y d) otro nivel donde
uno puede o no puede terminar exitosamente una licenciatura y ser aceptado a
realizar estudios de maestría o doctorado (un I.Q. aproximado de 115). Después
de un I.Q. de 115, el nivel se convierte en algo relativamente poco
trascendente como criterio de éxito en la vida.
Ello no quiere decir que una persona con un I.Q. de
120 no sea menos brillante, para resolver un problema analítico se necesita una
persona con un I.Q. de 140 ó 180; pero para ser un empresario, abogado, doctor
o arquitecto exitoso se requiere – después de cierto punto – mucho más que un
I.Q. elevado.
De hecho, estamos tan obsesionados con el tema del
éxito y sus causalidades, que en 1921, Luis Terman, un profesor de psicología
de la Universidad de Stanford y creador del famoso examen Stanford-Binet para
evaluar la inteligencia humana, se dedicó a identificar a los mejores y más
brillantes (cerebros) estudiantiles de primaria y preparatoria de California.
Después de evaluar y reevaluar a más de 250,000 estudiantes, identificó a 1,470
cuyo I.Q. fue en promedio entre 140 y 200 (el I.Q. de Einstein era de 150).
Terman denominó a su grupo de genios “los termitas”; los niños “termitas”
fueron sujetos a una de las pruebas psicológicas más famosas de la humanidad.
Por el resto de su vida, Terman cuidó y procuró a
sus “termitas”, conformó sus investigaciones intituladas: Genetic Studies of
Genius – para profundizar en el tema véase la obra: Outliers de Malcolm
Gladwell – .
Terman tenía un objetivo contundente: producir los
líderes del futuro en ciencias, arte, gobierno, en todo.
Para cuando las “termitas” llegaron a ser adultos,
Terman se topo con una triste realidad: algunos de sus niños genios llegaron a
publicar libros, de hecho dos fueron magistrados, dos legisladores estatales,
un prominente servidor público estatal y varios funcionarios públicos. Sin
embargo, ninguno de ellos, llego a ser una figura reconocida por sus logros.
Ninguno fue premio Nobel, Pritzker, Pullitzer, o algo que se le pareciere.
La
conclusión es que después de cierto nivel, la correlación entre elnivel de I.Q.
y el éxito no es determinante. Un científico con un I.Q. de 130 tiene las
mismas probabilidades de sacarse el premio Nobel que un científico con un I.Q.
de 180.
Como menciona Gladwell en su obra Outliers, el I.Q.
es similar a la altura de las basquetbolistas. Alguien que mida por debajo de
1.85 mts no tiene muchas probabilidades de ser gran basquetbolista. Pero
aquellos que midan más allá de 1.85 mts tendrán todos las mismas probabilidades
de ser grandes jugadores. Por supuesto, es mejor medir 1.93 que 1.80 mts para
jugar basquetbol, pero después de 1.85 mts la altura no es determinante para
definir el éxito (por cierto, Michael Jordan, el mejor basquetbolista de la historia
mide 2.01 mts).
En fin, el tamaño sí importa, pero después de
cierto puntaje son más transcendentes otros criterios como el grado de
ambición, las circunstancias, las oportunidades, el carácter, el carisma y el
nivel socio-económico para ser notable, que el tamaño de la brillantez
intelectual.